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10 de junio de 2019

El mundo dancístico de Tía Paty

Con más de 30 años realizando talleres de bailes a estudiantes de Puerto Williams, Patricia Fernández recibió un reconocimiento por parte del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio en el pasado Día Internacional de la Danza. Aquí, te invitamos a conocer su historia.

Por Ignacio Palma
Gobernación de la Provincia Antártica Chilena

“¡Tía Paty! ¡Tía Paty! ¡Tía Paty! ¡Tía Paty!”, gritan fervientemente decenas de niños, cuyas voces se hacen una, y se entremezclan con vítores y aplausos. Es una escena humanamente cálida que ocurre en el patio techado del Liceo Donald Mc Intyre Griffits, y se contrapone a la intermitente nieve con temperaturas bajo cero que cae en Puerto Williams en estos momentos.

A pocos metros de ellos, sobre un escenario, la profesora jefe de cuarto básico, Patricia Fernández, recibe un cordial abrazo de las autoridades locales y educacionales, lideradas por el gobernador de la Provincia Antártica Chilena, Nelson Cárcamo.

Ella, al borde de las lágrimas, sostiene en sus manos un galvano de madera que reza: “Se otorga el presente reconocimiento a Patricia Fernández Cea, por su constante esfuerzo en la puesta en valor de la Danza, como motor de aprendizaje y desarrollo personal”. En él, se distingue el logo del Ministerio de las Artes, las Culturas y el Patrimonio, entidad gubernamental que a través de su Seremi en Magallanes y la Antártica Chilena, destaca su trayectoria. Ya es un hecho: Fernández es una de las cuatro personas –una por cada provincia de la región-, en ser reconocida en el Día Internacional de la Danza, que se celebra cada 29 de mayo desde 1982 según lo estableció la Unesco.

“Fue muy emocionante”, dice Patricia en los días posteriores a aquel reconocimiento, estando sentada en una de las sillas ubicadas en la sala donde de lunes a viernes imparte clases de educación básica. Aquí todavía conserva su galardón y también los recuerdos de esa mañana memorable. Fue la primera vez que recibió un reconocimiento de tal envergadura. “Para mí, esto es muy importante. Marca algo muy importante en mi vida. A lo mejor no todos lo saben, pero la mitad de Williams o la gente antigua sabe que desde que llegué que hago clases (de danza)”, dice.

Y el gobernador Cárcamo recuerda la valorable labor de Fernández. El también profesor de Educación General Básica tiene razones de sobra, pues durante 17 años trabajó en el establecimiento educacional, siendo director entre 1997 y 2009. Vio en primera persona la constancia que Patricia plasmó en más de 30 años de desarrollo de la danza en la capital provincial.

“Es muy dedicada, con mucha incondicionalidad al arte, incluso estando a veces en condiciones de salud muy deterioradas. Sin embargo, no ha sido excusa para no continuar con la práctica, con los ensayos y con el trabajo que ha realizado periódicamente con los estudiantes”, recalca la máxima autoridad provincial desde el edificio de la Gobernación.

“La danza me ha dado mucho”

“¡Que baile! ¡Que baile! ¡Que baile! ¡Que baile!”, gritan los mismos niños a la Tía Paty. Pero ella apenas puede contener las lágrimas de emoción y sólo hace gestos de agradecimientos antes de tomarse una foto grupal con estudiantes y autoridades, enmarcando una jornada inolvidable, tal como aquel año 1987, cuando llegó por primera vez a Puerto Williams junto a su esposo y Claudia, una de sus dos hijas –la menor, Érika, nacerá en la isla años más tarde-.

Además de los equipajes, en su cuerpo y alma traía consigo muchos años de experiencia en la danza a lo largo y ancho de Chile. Comenzó en su natal Valparaíso, cuando a los seis años su madre y abuela identificaron en Patricia un talento innato. La inscribieron en una academia de danza clásica que incluso la llevó a realizar presentaciones en el Teatro Municipal de Viña del Mar. Y así se sumaron otras oportunidades para aprender distintas técnicas de este arte, como cuando fue universitaria en Arica e Iquique y practicó bailes folclóricos de La Tirana, o cuando aprendió bailes campechanos en sus vacaciones familiares en Cantera, una zona rural de Los Ángeles. Otras experiencias se añadieron con aprendizajes en danza moderna, contemporánea, hindú y clásica en los cerros de Valparaíso y Punta Arenas.

Ahora, Patricia, a sus 65 años, mira en retrospectiva su vital trabajo para llenar ese vacío del arte de la danza que Puerto Williams tenía a finales de los 80. “He luchado desde que vivo en Puerto Williams. Desde ahí que ha sido mi lucha constante, que logré que en el colegio se integraran los talleres de danza, moderna o como se le llame, pero que ya hubiera danza. Que se hiciera danza. Eso para mí fue una alegría grandiosa”, recuerda.

En todo este período, ha enseñado a innumerables generaciones. Sus alumnos han obtenido primeros lugares en competencias regionales de danza en Punta Arenas. En la década de los 90, en la zona donde actualmente están los edificios de la Gobernación y la Municipalidad, había una cancha de fútbol, donde sus alumnos presentaban una performance de danza moderna para festejar la Noche Más Larga sobre un escenario provisorio y sin techo. “Y de repente se ponía a nevar o había viento, y ahí estábamos bailando”, rememora alegre y orgullosamente Patricia.

Tiempos completamente distintos a lo sucedido en los años venideros, como cuando participaban en una obertura por cada noche de la Fiesta de la Nieve, principalmente en el Gimnasio Naval. O el evento del Día de la Danza que se celebra ininterrumpidamente desde 2010 en una repleta Sala de Uso Múltiple, donde niños y adolescentes presentan sus bailes y coreografías a unos orgullosos padres que registran cada movimiento de sus hijos.

Pero más allá de estos hitos, Patricia dice sentirse totalmente agradecida, “porque la danza me ha dado mucho. Muchas satisfacciones, muchas felicidades”, destaca emocionada. Recuerda que cuando niña, al ser criada por su abuela, era muy tímida y callada. “Me costaba mucho compartir con mis compañeros. En ese tiempo igual existía el bullying. Se reían de uno. Fui molestada porque era muy callada, muy tímida. Una de las cosas que me ayudó fue la danza, para sacar eso, para poder expresarme. No fue de un día para otro. Eso me costó años, pero fue muy bueno”, revela.

Es por eso que se ha sentido identificada con alumnos que les cuesta expresarse verbalmente, pero que lo hacen de manera sobresaliente mediante el baile, y también con quienes normalmente son considerados “rebeldes” –wachiturros les llama con cariño-. “Es una vía de escape. Ellos logran muchas cosas a través de la danza, como tener una disciplina, que les cuesta. Aprenden mucho a relacionarse con sus compañeros”, comenta. Y junto a esto, destaca que mediante la danza pueden aprender otros valores que, según ella, se han perdido últimamente, como el respeto, la empatía, la confianza y la constancia, los cuales pueden quedar para el resto de sus vidas si se lo proponen.

“Veo la felicidad de los chicos y los papás”

La ceremonia de reconocimiento en el patio techado ha finalizado. Algunos de sus pupilos la sorprendieron con una coreografía de bailes nortinos organizada por sus ex alumnas, algo familiar para ella por su experiencia en el extremo norte del país.

Espera que algún día se pueda crear algo similar en la isla Navarino. Recuerda que años atrás llevaba a sus alumnos a zonas agrestes como Bahía Róbalo y Laguna Zañartu, donde observaban los movimientos de las aves, y posteriormente los imitaban en sus presentaciones. También iban a las cercanías del aeropuerto a hacer filmaciones de bailes, y al finalizar el año ascendían hasta el cerro Bandera, donde contaban anécdotas y realizaban una que otra danza. Sueña con volver a replicar estas actividades, y así como en el norte lo hacen con La Diablada mostrando los cerros y pampas de Iquique, asegura que se puede hacer algo similar con los paisajes subantárticos.

Historias hay por montones: en 2006, Yaku Apperning (Blanca Estrella en yagán), un grupo de baile que organizó con sus alumnos, presentó “La niña solitaria”, una obra colectiva que trata de una pequeña netamente yagana, quien vive entre montañas y bosques. Otras muchachas de su edad le muestran los diversos bailes de otras zonas, pero ella está en una constante lucha entre conservar su identidad y absorber lo que le ofrecen las demás. La performance, que tuvo integrantes y cooperación de la comunidad yagán, fue aclamada en su presentación en Punta Arenas. “Nos influimos mucho con la naturaleza. Salimos, vimos el movimiento de los pájaros, de los árboles, el ruido que emite el viento, el agua. Fuimos muchas veces a trabajar al Parque Ukika. Hubo muchas observaciones. Conversamos harto también”, rememora.

Patricia asegura que la naturaleza y tranquilidad que existe en la isla la encuentra en pocos lugares. Factores que, a pesar del progreso que ha evidenciado en los últimos años, han propiciado para que Patricia continúe viviendo aquí. De hecho, este año debería jubilarse como profesora, pero quiere continuar realizando talleres de danza, tal como lo hace hoy a alumnos desde primero básico hasta cuarto medio. También desea inscribirse en algunos cursos de danza en Punta Arenas, y posteriormente concretar uno de sus mayores sueños: crear la primera academia de baile de Puerto Williams.

Los hechos le demuestran un progreso paulatino de este arte en la capital provincial. En los últimos seis años ha habido diversos talleres impartidos por otras vecinas, como folclor o danza árabe, y también ve en los nuevos alumnos una motivación desafiante debido a que son más inquietos que el resto, lo que ha provocado que realice clases más lúdicas que antes.

Y concluye que tras cada presentación que realizan sus alumnos, se siente feliz. “Eso me encanta. No importa que esté destruida o agotada, es una satisfacción muy personal. Es algo que me satisface y que me hace sentir que logré mi objetivo. Veo la felicidad de los chicos y los papás, los papás todos chochos, y no me gustaría que se terminara”, recalca.

Quizás algo similar sentían su propia madre y abuela cuando la veían en los escenarios de la región de Valparaíso en la década del 60. O tal vez cuando ella misma observaba la participación de su hija Érika en una obra del Bafochi. Misma sensación debió haber sentido al enterarse que dicha hija iba a abrir su propia academia de baile en Viña del Mar. Esa satisfacción también la habrá notado su otra hija, Claudia, al disfrutar de una performance de Maira, su retoña y a la vez nieta de Patricia, cuando estudiaba en el Bafona. Un talento y sentimiento que ha traspasado generaciones en su familia.

Aún estando en la sala de clases, Patricia se levanta de la silla, muestra su galvano y se acerca a la esquina donde está su escritorio. Un globo terráqueo está sobre un mueble y, justo detrás de él, en la pared, está pegada una silueta de bailarina de ballet hecha con cartulina plateada y vestida con una falda tutu rosada de género. A la distancia, ambos objetos forman todo un simbolismo para Patricia: la bailarina, con uno de sus pies en relevé –sólo en puntillas-, se apoya sobre el mundo. El mundo dancístico de Patricia. Uno donde tanto la danza como el propio planeta giran armónica y congruentemente entre sí.